Reflexión sobre los héroes ancestrales y la paz

Presentada en Lelbun, en el marco del Congreso Internacional de Literatura por la Paz y la inmortalización de los héroes ancestrales. Chiloé, 10-14 de Enero de 2019.

Como los españoles somos algo patudos por naturaleza, me voy a permitir tomar el tema del encuentro, no para homenajear a nadie en concreto, sino para hablar de algo que, estoy convencida, a nuestros ancestros también les gustaría. Algunos saben que me encanta hablar de la importancia de atender y sanar a nuestro niño interior, pero hoy voy a hablar de atender a nuestro héroe ancestral interior, el que viaja en nuestro ADN y espera a manifestarse cuando nos demos cuenta de que somos su vehículo.

 

Para mí un héroe es aquel que demuestra que es posible cambiar el rumbo de las cosas para bien. El que, arriesgando incluso su vida, asume la responsabilidad de alterar determinadas costumbres y creencias para atravesar un camino incierto por el que llevar su vida, y quizá la de su comunidad, hacia un destino más sostenible, más justo, más pacífico y finalmente, más feliz. En la mente de todos aparecerán los nombres de aquellos héroes que fueron referentes para ustedes en sus culturas. ¿Referentes? Exacto, referentes de esa conducta a menudo rebelde y desafiante, incómoda y casi siempre incomprendida, pero necesaria. Y si son referentes, no es sólo para que les hagamos un homenaje festivo, les labremos una placa o les cantemos una canción. Es para que los imitemos. Para que nos sirvan de inspiración, para que nos animen a jugarnos la vida y cambiar las cosas para bien, como ellos hicieron. Ese era su legado genuino: su propio ejemplo.

Ser un héroe no es fácil, pero ¿qué prefieren: una vida fácil o una vida extraordinaria, apasionante, enriquecedora y trascendente? Yo sé de más de uno aquí que optó siempre por lo segundo, aunque eso lo haya expuesto a la muerte más de una vez. Pero es que estamos llamados a vivir intensamente. La sangre de nuestros ancestros no se derramó para que llevemos una vida fácil, de cerveza, sofá y televisión. Tampoco para sacrificarla enredados en deudas impagables, amarrados a una esclavizante rutina de trabajo-casa, casa-trabajo, hasta la muerte. ¿Qué pensarían nuestros héroes ancestrales si levantaran la cabeza y vieran que hemos gastado nuestros días trabajándole a otros por un sueldo miserable que ni margen nos daba para soñar?

 

Estamos en deuda, queridos. Pero no con los bancos ni con los patrones. Estamos en deuda con nosotros mismos y con el legado de nuestros ancestros. ¿Y cómo podemos hacer para que, desde donde estén, se sientan orgullosos de nosotros?

Miren, hace unos años tuve la oportunidad de descubrir la Profecía del Águila y el Cóndor, que ahora puede entregarnos una potente pista sobre la que empezar a dejar nuestro propio y heroico legado. Según algunos autores (abro cita): “La leyenda del Águila y el Cóndor parece provenir del Amazonas y se remonta a más de 2000 años. Es una explicación de los dos caminos diferentes que ha recorrido la raza humana a lo largo de la historia. Estos dos caminos se han separado una y otra vez; sin embargo, la profecía señala que es ahora el momento para que estos caminos puedan converger en uno solo. Esta es una historia de división y de conflicto, pero también de unión y de paz. La profecía relata que desde tiempos inmemoriales, las sociedades humanas decidieron tomar dos rutas separadas y convertirse en dos pueblos diferentes: el pueblo del Águila y el pueblo del Cóndor. El pueblo del Águila se ha orientado principalmente a lo intelectual, a lo industrial y a la energía relacionada con lo masculino, la ciencia y la tecnología. Aquí se encuentran los exploradores, los colonizadores y los agresores según los registros históricos. Por su parte, el pueblo del Cóndor es intuitivo, creativo, sensible y primordialmente relacionado con la energía femenina. Los pueblos indígenas se identifican en general con este camino, puesto que priorizan en sus culturas el corazón por sobre la mente y el misticismo por sobre el racionalismo. La profecía señala que durante muchos años ambos caminos no se cruzarían para nada. Luego se encontrarían y el Águila sería tan fuerte que prácticamente conduciría al Cóndor a la extinción, pero no del todo. Y bien sabemos que, luego de Colón, esto es lo que ha ocurrido en muchos continentes. Sin embargo, el Quinto Pachakuti, osea, nuestra actual era, crearía un portal para que el Águila y el Cóndor pudiesen volar juntos en un solo cielo, para unirse y dar lugar a una nueva “cría”: una conciencia humana superior, que uniría el corazón y la mente, el arte y la ciencia, lo masculino y lo femenino. Cada uno de nosotros, y nuestras respectivas culturas, posee estos dos aspectos” (cierro cita) y ahora estamos llamados a que se encuentren, se reconcilien y colaboren entre sí.

No sé ustedes, pero yo también siento que llegó la hora de cumplir esa profecía y no se me ocurre mejor manera de honrar a nuestros ancestros e invocar la paz, que inaugurar esa reconciliación, pues desde un ambiente armonioso podemos dar el espacio para que los héroes que viven dentro nuestro y todos los que están por venir en cada niño y niña se ocupen, no ya de protegerse y defenderse en estériles conflictos, sino de descubrir sus potenciales innatos para desarrollar inventos, iniciativas y soluciones que, finalmente, mejoren nuestra calidad de vida y la de nuestra paciente Madre Tierra.

 

Y así es. Mañún.