Mi postura política ante el conflicto chileno (desde afuera hacia adentro)

Mi posición política respecto a las protestas desatadas en Chile desde el 18 de Octubre de 2019 puede ser de lo más intrascendente para la mayoría. Sin embargo, encuentro un sano ejercicio reflexionar sobre ella públicamente para seguir aprendiendo sobre el manejo y poder de la palabra, pero también para ordenar las ideas después de participar del conflicto paralelo que se ha vivido en el efímero campo de batalla de las redes sociales: de los encendidos debates, de los cabildos virtuales, de la investigación periodística, de las relaciones de amistad heridas de muerte, de los errores y los aciertos, del nerviosismo y la calma, de los airados ataques y las amorosas correcciones. Con todo ello y las lecciones aprendidas, armo esta “postura” que, espero, siga en continua evolución mientras viva.

 

Rescato algunos puntos de inflexión que fueron moldeando dicha postura: Iniciado el estallido social y fruto de mis indagaciones, llegué a una conclusión que publiqué, acerca de mis sospechas sobre el origen del vandalismo más extremo. Me equivoqué. No porque el enemigo estuviese en el otro bando, sino porque estaba en ambos y en ninguno, siendo, en mi discutible opinión, una entidad “invisible” manipuladora de ambos. Después, cuando la guerra se trasladó a las redes sociales entre los que protestaban en las calles y los que preferían métodos más pacíficos, volví a publicar mi opinión expresando que había dos tipos de agentes de cambio, ambos necesarios: los destructores de sistemas (los indignados en las calles) y los constructores (los meditadores, visualizadores y co-creadores desde sus casas), entre los que me incluía. Volví a equivocarme. Caí de nuevo en la trampa de la separación y el ego.

 

Seguí indagando, observando y meditando, guardando un poco más de silencio. Gracias a ello, pero también gracias a una de mis amigas-gurú y a los ofendidos por mis expresiones más desatinadas, encajé casi todas las piezas del puzzle de la postura con la que me identifico.

 

En primer lugar, me queda meridianamente claro que existen entidades parasitarias que se alimentan de la energía de conflicto y que cuanto más desbordado, más nutritivo para ellas. Eso a nivel esotérico. Pero a nivel de esta dimensión tangible, me di cuenta que existen otros poderes, otras élites, una especie de “nobleza negra”, más allá de nuestros gobiernos y partidos políticos, que también usufructúan de que la sociedad esté polarizada en derechas e izquierdas, en guerrilleros y pacifistas, en destructores y constructores. Que mientras nosotros sigamos divididos, somos débiles, cosa bien ventajosa para ellos, considerando que nuestro “ejército” es inmensamente más numeroso.

 

Ocurrió, en nuestra invidente batalla popular, que algunos contactos rechazaban mi discurso pacifista tachándolo de ingenuo, egoísta o cruel. Y lo cierto es que, lo fuera o no, al final comprendí que lo erróneo de mi postura era defender un tipo de actitud respecto a la otra: acabar diciendo, pensando o sintiendo que “mi actitud es mejor que la tuya”. Porque en verdad, en el fondo, esa dualidad es ficticia, dado que todos tenemos ambas energías y potenciales dentro nuestro: la del guerrillero y el pacifista, la del empresario y el obrero, la del rico y la del pobre, la del religioso y el ateo, la del destructor y el constructor, la del hombre y la mujer. Por lo visto, ambas energías conviven en nuestros dos hemisferios cerebrales. Y cuando atacamos una de esas energías en la otra persona, en realidad estaríamos atacando a una parte nuestra que no hemos integrado. Y lo que interesa a las élites es que mantengamos ese conflicto interior proyectado en el exterior, para que así olvidemos las razones superiores que debieran unirnos.

 

La amiga que les mencioné, hoy me recordaba de qué forma muchos somos activistas de esa destrucción y construcción unificada, pero lo rescato con sus impecables palabras: “(…) los constructores ya llegaron, salieron de las escuelas, universidades y poblaciones, con justas demandas que van por todos y todas. Otros con "menos coraje" como tú o como yo, humildemente observamos desde otra forma de protestar y generar cambios. La vida de quien no impone en una AFP porque no trabaja dentro del sistema, de quien no va a la clínica privada ni al hospital público porque lleva una vida lo más sana posible y de ser necesario recurre a terapias alternativas, de quien viaja a dedo y no paga pasaje y hace amigos en el camino, de quien tiene educación gratuita y de calidad porque educa en el hogar y cuando es mayor se auto educa de acuerdo a su propia vocación, de quien prefiere el almacén de barrio antes que el mall... es una protesta distinta pero constante que de ser mayoría ya habría tirado al suelo el sistema de los opresores. (…)”. Con esta sabia reflexión, Myriam Arancibia neutralizó, mejor de lo que yo hice nunca, los argumentos de separación entre nosotros, respetando ambos estilos de protesta. Que unos sientan que hay más o menos coraje en cualquiera de los dos activismos, no importa, es una forma de hablar que se entiende perfectamente.

 

Hecha esta introducción, paso a revelar que, respetando cualquier otra, mi postura política frente al conflicto va a ser, de ahora en adelante, fortalecerme en una amenazante trinchera para el sistema establecido (el que deseamos tumbar): vivir, en la medida de lo posible, fuera de él. Y, al mismo tiempo, enfocarme en aquello que nos une y nos potencia como nación planetaria: la creatividad, la imaginación, la solidaridad, la colaboración, el ingenio, la sostenibilidad, la permacultura, el arte…, en definitiva, la conciencia holística. Mi intención es estimular, con otras personas, la expansión estructural de esa conciencia. Por mi parte, a nivel organizativo, la visualizo similar a las formas de gobierno más ancestrales: articulada mediante consejos representativos locales, regionales y nacionales. Consejos de personas con méritos acreditados para asumir tal responsabilidad, quienes recojan y sinteticen las demandas del pueblo para entregar a votación, en democracia directa, las medidas a implementar por el bienestar de todos. Eso, a grandes rasgos.

 

Para terminar, pido disculpas a las personas que se hayan sentido ofendidas por mi falta de empatía y sensibilidad en algún momento de exaltación dialéctica, arrastrada por la confusión y la energía del conflicto. No soy, ni mucho menos, perfecta, pero intento aprender de mis errores, por eso agradezco inmensamente cuando alguien me los señala con paciencia y asertividad.

 

Desde mi más profundo anhelo de unidad, les amo.