A menudo, en nuestra trayectoria vital, por el trabajo personal realizado, las experiencias, las relaciones, la formación, etc. vamos cambiando nuestra frecuencia, accediendo a otro campo vibracional cada vez más positivo. Sin embargo, nos apena que nuestros seres queridos no nos acompañen y sigan anclados en patrones o hábitos de sufrimiento. ¿Debemos hacer algo para que nos sigan en nuestros avances? Por amor, podemos pensar que sí, creyendo que es la mejor forma de evitarles un padecimiento que creemos fácilmente evitable con un cambio de pensamiento y costumbres. No obstante, ya hemos probado que con nuestros discursos no conseguimos nada. Ni tampoco con nuestras acciones. Y eso nos frustra. Ocurre que, ciertamente, vivimos en tiempos de división de caminos, de polarizaciones y de aceleración del tiempo en esa llamada “ascensión dimensional". Una ascensión que quizá puede ser para todos, pero a distinta velocidad. Hay canalizadores que hablan de dos líneas, como si fuesen dos trenes sobre raíles paralelos que cada vez se distancian más. Uno es el de la vieja energía: la del miedo, la lucha, el sacrificio, la carencia, el conflicto, la desconfianza, la competitividad, el juicio, la crítica, la separación, etc. La llaman la línea 33. Pero hay otra línea, otro tren, que circula en una frecuencia distinta: la del amor, la confianza, el perdón, la benevolencia, la compasión, la abundancia, la cooperación, la comprensión, la paz, la transparencia, la fluidez, la unidad, etc. Y la llaman la línea 42. Sucede, entonces, que quienes sentimos que nos hemos subido a la línea 42, porque experimentamos circunstancias cada vez más amables, nos entristecemos al ver que nuestros familiares se quedan en la otra y sentimos el impulso de “rescatarlos”. La invitación es a que pensemos lo siguiente: ¿y si resulta que ellos son los más despiertos entre sus conocidos en la línea 33? ¿y si resulta que su misión está con las personas que se quedan ahí? Si nosotros ya no vamos a estar, ¿quién va a seguir trabajando con los rezagados para que en un futuro portal ascensional, puedan acceder a una línea más positiva? ¿Por qué pensamos que debemos sacarlos de ahí ahora, si quizá su alma, por karma, por contrato o por libre albedrío, desea quedarse en esa frecuencia, vivir otras experiencias o ser una luz para quienes estén en completa oscuridad? A lo mejor, incluso, son maestros encarnados, más evolucionados que nosotros, con la tarea de asistir a los que queden atrás. La cuestión es que no nos corresponde tirar de ellos, de ningún modo, hacia nuestra banda frecuencial si ellos no lo han pedido, si ellos no han vivido lo mismo que nosotros o si su proceso y su velocidad son distintos. Revisemos, incluso, lo que puede haber de soberbia en tal pretensión. Lo único que nos compete es seguir trabajando con nosotros, estar en coherencia interna, vivir nuestro cielo en la tierra y disfrutar de nuestros logros. Porque eso eleva más nuestra vibración y amplía nuestro campo electromagnético, que se llenará de “respuestas” para aquellos otros campos que tengan las “preguntas” compatibles. El maestro aparece cuando el discípulo está preparado, ¿por qué forzarlos a asistir a una escuela en la que no creen? Seamos nuestra mejor versión y que sea nuestro ejemplo el que hable por nosotros, sin juicio, sin ansiedad, sin frustración. El amor no es paternalismo, el amor es respeto, confianza y comprensión hacia la trayectoria de cada cual, con desapego. Trascendamos nuestros últimos miedos, soltemos nuestro complejo de salvadores y avancemos con la tranquilidad de que todo está bien dentro del orden cósmico, que el tiempo no existe, que cada alma tiene su camino y que al final, en algún momento, nos encontraremos de nuevo.